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Entretelas. Galería Tráfico de arte, León, 2002.
Casa de la Cultura, Ponferrada, León, 2003.
 
Cuaderno de notas. Otoño 2003.   

Siento que haya dejado pasar parte de las estaciones sin escribirte; me resulta muy complicado explicar todo esto, no creas, pero cuando llevas tiempo y tiempo dedicándolo a expresarte a través de las imágenes, lo escrito, incluso lo hablado, resulta realmente enredado y complejo. No obstante, no he dejado de dedicarte un pensamiento al finalizar cada jornada, a esas horas en que la noche es tremenda e inmensa, también porque te encuentras de golpe a solas contigo misma y el poder que la soledad gana en esos momentos interviene sin medida en las entrañas y te revuelve todo lo que has ido aparcando durante el día, los días, el tiempo y tus dudas, sentimientos, errores, recuerdos, temores, desfilan frente a ti desafiando y desvelando tus sueños, desmesurando los vestigios que componen tu memoria.

Las cosas a las que doy vueltas en mi cabeza me pueden llegar a destruir, sobre todo sin son muchas y se atascan, por eso a veces salen inconsciente y terapéuticamente a través de mi trabajo y me facilita y a ayuda a seguir hacia adelante; pero cuando me doy cuenta de que empiezo a hablar demasiado sobre mí misma, rebobino y retomo mi viaje hacia otras ideas, otros proyectos, llevando como equipaje mi imaginación, las ganas de trabajar y el deseo de un nuevo encuentro; No puedo (ni debo) ni concretar (ni contar) el momento exacto en que ese nuevo encuentro se produce, y se muestra ante mí un camino a recorrer con el ansía y la pasión de hacerlo a mi antojo, a veces simplemente dejándome llevar sin rumbo aparente, a construir espacios y llegar a lugares a los que jamás nadie podrá acompañarme, pues deben recorrerse a solas para poder luego ser compartidos.

En este, mi actual trayecto entre la realidad y la ficción, me hallo trabajando así, entretelas: telas vividas, telas de otros, telas que estoy recibiendo y acumulando, cortando y cosiendo, rompiendo y construyendo, con trozos de tela, con trozos de vida, de nuestras vidas.
Al igual que los recuerdos nos abordan, la ropa que vestimos nos conduce a ellos cual fetiche. Recordamos a través de ella momentos importantes, felices o desafortunados que hemos vivido. Al margen, por supuesto de modas, lo que nos ponemos nos identifica, nos marca,  se queda además de con otras cosas, con nuestro olor y se atesora en nuestra memoria y en la de los otros llenándonos de recuerdos, de huellas que miramos e intervenimos en ellas maquinalmente, sin darnos cuenta de cómo se van uniendo, de cual vino primero y cual vino después; olvidamos muchas veces las pausas, los silencios intercalados entre ellas, y las imágenes y los hechos se nos presentan descosidos, sobre todo cuando al cabo del tiempo aparecen descolocadas, desfiguradas en el recuerdo y nos empeñamos en guardarlas apretadas en el sitio que no eran, como piezas de puzzle equivocadas; entonces lo imperfecto se adueña de nuestra reconstrucción. Esta es la idea fundamental que subyace en mis últimos trabajos: a través de diferentes personas (conocidas o anónimas) que me han ido ofreciendo sus ropas, me han ido regalando un pedazo de sus vidas, y sin eso no hubiera sido posible mi trabajo de estos dos últimos años (a todos ellos, gracias), en los que me he dedicado en diferentes proyectos a ir ensamblando y cosiendo estas telas subjetivadas, llenas de recuerdos y vivencias propios y ajenos que con el paso del tiempo se nos presentan descosidas en nuestra memoria. Al utilizar la palabra entretelas que da título a esta exposición, estoy por un lado explicando cómo me encuentro: rodeada de telas, y por otro lado me apropio del significado figurado del término que alude a “lo íntimo del corazón, las entrañas”, el territorio emocional, que es el que más me ha interesado siempre; y aun cuando intencionadamente me he aventurado a obviarlo, siempre termino llegando a él de un modo u otro; me resulta inevitable, tal vez porque inevitable también es en la vida real que intentemos eludirlo, olvidarnos de que está ahí dirigiéndonos a ser y sentir como somos.
Todo esto se me presenta como un juego en el que quiero y necesito participar; voy construyendo con fragmentos de tela que coso, recoso y superpongo a conciencia, y voy creyendo ver pedazos de paisaje con sus cambios de tierra, de cultivos, de vegetación, en definitiva de color. Estos paisajes me atrapan, igual que cuando emprendes un viaje en coche o tren y desfilan ante tus ojso a través de sus ventanillas, y no puedes perdértelo porque ese paisaje resulta una visión maravillosa y única, ya que cuando vuelvas a pasar por allí y vuelvas a mirar, ya nada será igual que en aquel primer instante que lo viste.
Sigo diciéndote que es una tarea muy costosa y liada explicar todo esto que ocurre, porque tiene mucho que ver con lo que sientes, y al intentar explicarlo te pierdes sentirlo, y al sentirlo no sabes explicarlo tan bien como dos y dos son cuatro.
Sabes de sobra que todo lo vegetal, incluso en mis gustos culinarios, me ha gustado y atraído siempre. Me recuerdo de pequeña, cogiendo flores, ramas, hojas… que para mí eran como un tesoro, los guardaba y me entristecía lo efímero de su existencia; aun guardo alguno de esos tesoros que entre hojas de algún libro se secaron… Me veo bajo un árbol inmenso y poderoso escuchando el rumor de sus ramas y hojas mecidas por el viento, yo protegida de éste por él y pensando: “si empezara este árbol a andar… seguro que yo saldría corriendo”… O en verano, tumbada boca arriba perdiendo las horas con mi música a la sombra de cualquier otro árbol, viendo pasar diminutos rayos de sol entre sus hojas y adormecida figurándome historias… Lo ves, ya estoy otra vez hablándote de mí y no era mi intención. En fin, todo el universo vegetal es un infinito muestrario plástico que se me muestra de lo más sugerente… En él voy encontrando lo que creo buscar y me descubro muy a gusto. Las formas vegetales me apasionan, porque además se mueven, tienen sonido, vida propia, son cambiantes, poseen su propio ciclo, mutan, son inmensas e infinitas, se parecen también a nosotros: todos tan parecidos y tan distintos a la vez. Es más, en concreto los árboles adoptan formas a las que podríamos atribuirles características, actitudes y estados de ánimo casi humanos; sobre todo cuando pierden sus hojas y se desnudan ante nosotros mostrándose como una metáfora de la pureza y la sinceridad: soy lo que ves, ya no tengo nada tras lo que esconderme.
 
Cuando paseo en invierno hago ese ejercicio de fijarme y dibujar sus troncos, sus ramas, sus sombras y encontrar similitudes con nosotros: estos parece que bailan, el de la derecha coquetea con el de la izquierda, éste está muy enfadado, el de atrás está demasiado alejado del resto y le da un aspecto más bien triste y solitario, éste es absolutamente tenebroso… Es realmente divertido hacerlo; sí, ya sé que también un poco infantil perder el tiempo en estas cosas, pero si no me importa… en este mundo tan roto y equivocado que nos ha tocado vivir, cada uno se evade como mejor puede, y en esto concretamente me considero una persona muy afortunada, en estos tiempos que corren, pues tengo muchos lugares a los que ir y de los que no sé si deseo volver; ahora me siento como una Penélope del siglo veintiuno que entre puntada y puntada, telas y árboles, realidades y metáforas, espera encontrarle un mayor sentido a la vida… Además, si ya sabes que lo pero viene después, cuando todo esto se hace público y lo muestras, y el miedo que nos has sentido en el proceso porque te ocupas en otras historias, de repente se adueña de ti y te manipula, o te absorbe absolutamente todo y te quedas tan vacía que todo te resulta ajeno y extraño; y te dicen y te hacen preguntas y no sabes muy bien si todo eso va contigo que ya te estás marchando, o es que sólo lo has soñado. En fin, creo que esos momentos están llegando y yo estaré con mi equipaje preparado y en marcha hacia no te diré todavía dónde, sólo que esta vez no olvidaré mi cuaderno de notas, prometido.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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