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Memoria de una despedida

Hay personas que iluminan tu camino dejando huellas profundas y son un regalo de vida. Alicia, mi madre, es uno de esos regalos. Ella me enseñó a transitar entre la realidad y la fantasía dejándome enseñanzas valiosas que han moldeado mi forma de ver el mundo y estar en él. De su mano aprendí, entre muchísimas cosas, que la adversidad puede ser una oportunidad para crecer y aprender, y que el amor en todas sus manifestaciones es creador y siempre lo más importante.

Cuando el alzhéimer llamó a su puerta para quedarse cual gato risón que nos burló y le fue arrebatando el sitio y ocupando su lugar, yo también me fui transformando al acompañarla y cuidarla en ese transitar complicado hacia su viaje definitivo al país de las maravillas. Cuando comprendes que no puedes cambiar una situación y te enfrentas a lo desconocido, el reto de cambiarte a ti misma te ayuda a descubrir cosas increíbles mientras le tiendes la mano a lo inevitable. El relato de la enfermedad de una persona querida es también un lugar en el que vivir y poder comprometerte con la vida, aunque ya no sea fácil respirar y, en el filo de la cordura y el equilibrio, te encuentres con situaciones que desbaratan tus cimientos y lo desordenan todo. 

Para mí el arte es una forma de vida, lo que vivo es mi inspiración y lo que hago tiene mucho de necesario y terapéutico. La costura se convierte así en una experiencia transformadora. Coser es remendar, unir, reparar, construir… La cadencia repetida de las puntadas es como un estado de meditación que desenmaraña mis nudos y ordena mis hilos mientras acontece la vida.

En «Memoria de una despedida» está presente un duelo sostenido en el tiempo hecho con los «trapitos y las cosas de mamá»: la herencia de hilos, ternura, música, conversaciones, flores, madejas, cariño, telas, delicadeza, canciones, costura... y mucho amor en esos momentos que compartimos tratando de transformar el dolor y el miedo que ambas sentíamos en pequeños tesoros nuestros. Tesoros que he ido integrando en piezas hechas con trozos de nuestra ropa, reflejo y piel de nuestra vida, y palabras, un lugar de memoria lleno de huellas emocionales, para hacer más llevadera la herida del adiós.

Porque la vida es abrazarse, yo abrazo la forma en la que ella vive en mí y en mi trabajo y no voy a entregársela al olvido.

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